Testimonio de Vida

Salomé escribe cómo ha sido su ritmo vital durante 34 años. Un TEXTO: SALOMÉ PÉREZ / JOSÉ EMILIO PELAYO FOTO: MIGUEL DELAS CUEVAS EL DIARIO MONTAÑÉS. Domingo 18.05.14

Una trabajadora de EL DIARIO MONTAÑÉS escribe en primera persona sus vivencias: «Me gustaría saber cómo se siente una
persona que no tiene síndrome de Down»

«Tal vez muy tarde nuestros sueños se unieron en lo alto o en el fondo, arriba como ramas que un mismo viento mueve, abajo como rojas raíces que se tocan». Me encanta leer y recitar…

–Salomé (Laredo, 1980)… Te escucho y te leo y me doy cuenta de que soy medio bobo. ¿Por qué me resulta extraño que recites a Neruda? Mi ignorancia se quiebra. Fíjate, creí que tenía superados algunos clichés rancios, pero a los 55 años (José Emilio, Santander, 1958) tú me ayudas a romperlos de verdad… Por cierto, tú escribes y yo escribo. Conversación a dos…

–Empezaron a enseñarme a leer cuando tenía cuatro años. Estudiaba
en la guardería El Buen Pastor –mi profesora era Rita– y luego en el colegio Pablo Picasso de Laredo hasta que saqué el graduado escolar.
Me costaba mucho comprender las cosas y aprenderlas. Fue con catorce años cuando me aficioné a leer poemas. Mi primer libro fue uno de Pablo Neruda que encontré en casa de mi tía Merce. Descubrí el poema ‘La noche en la isla’ que antes he recitado; es mi favorito. No siempre entiendo lo que dicen pero me gusta y me hacen sentirme bien. Me encanta leer cosas que hablen de amor. Me gusta leer sobre lo que sentimos por dentro, lo que me preocupa y muchas cosas que me interesan. Suelo leer por las noches si tengo tiempo, porque por las tardes me entra sueño.

–Romántica, pero en ocasiones tengo la sensación de que eres un
poco ‘enfadona’. Recuerdo que un día, en el descanso de tu jornada en EL DIARIO, bromeé haciéndote ver que quería dar un mordisco a tu sándwich y con tu mirada casi me fulminas… Sí, no te rías…

«Muy diplomática»
–A veces parece que estoy de mal humor pero no es así. Uno de mis
problemas es que hay momentos en los que pongo mala cara. Claro que me enfado, pero con lo importante. Y lo del sándwich no lo cuentes. ¡Te traes el tuyo! (risas). Soy muy diplomática: observo, veo y callo.

–En el periódico entraste en prácticas en octubre de 2011 como ordenanza de servicios auxiliares y en febrero de 2012 ya firmaste el contrato indefinido. Antes estuviste diez años en la Universidad de Cantabria, de ayudante de conserjería en el Pabellón de Gobierno. Dos trabajos desde el 2000 hasta ahora. No está nada mal.

–Uno de mis sueños se hizo realidad en marzo del 2000. Recuerdo
cómo me latía el corazón cuando me preguntaron si quería trabajar
en la Universidad. Casi me pongo mala de los nervios que pasé… Allí
trabajé casi 10 años. No me costó mucho aprender, aunque al principio empecé un poco mal, estaba nerviosa, hacía trastadas y en ocasiones me escondía. Lo que me resulta más difícil es hacer las tareas más deprisa o tomar la iniciativa o preguntar algo cuando no sé una cosa. Mis compañeros siempre me han ayudado y han tenido paciencia cuando las cosas no han ido bien. Tras diez años seguidos en el mismo trabajo comprendí que necesitaba un cambio. Mi familia me apoyó. Ahora en EL DIARIO estoy con los periódicos todo el día para arriba y para abajo. Lo peor es el madrugón que me doy para llegar al trabajo a las 8.30 horas de la mañana porque vivo en Laredo. Y con el archivo, llegan los problemas porque a veces no
hay periódicos suficientes, faltan, tengo que reclamarlos, buscarlos…
Es complicado porque todos los días hay cambios. Pero es mi trabajo ideal. Muchos decís que soy la persona de la empresa que más sonríe. No lo puedo evitar, soy feliz.

–Tienes trabajo y mucha gente no.

–Estoy encantada. Me gusta mi trabajo. Me permite relacionarme
con mucha gente. Por el periódico pasan personas importantes, políticos, actores… Gano un sueldo con el que, además de colaborar en los gastos de casa, puedo hacer mis cosas, irme de viaje con mis amigos. Y me compro cosas que me apetecen, como música.

Bailar y sentirse libre
–En ‘La noche en la isla’, que tanto te gusta, se habla de sueños. He leído lo que sentías en 2008, en 2009, en 2012… Hablabas de sueños.

–Tengo ilusiones y deseos. El futuro no sé lo que me traerá. Me gusta
pensar (así lo escribió Salomé en 2010) que más adelante, además de trabajar, voy a poder vivir de forma independiente.

–Muchas aficiones, pero nada como bailar…

–Lo que de verdad me encanta es bailar. Escribí en su día que el baile
me hace sentir feliz y libre. Es algo con lo que sueño. En el vals me siento como si estuviera sola y fuera el centro de atención. Cuando bailo tengo la sensación de que el tiempo se me pasa rápido. Pero algo dentro de mí me pide a gritos seguir bailando más. Me dejo llevar y la música me hace vibrar. Me olvido de todo lo que pasa a mi alrededor. Así es como mejor me siento.

–Y el cine.

–Me gusta mucho, sobre todo las películas románticas y las de aventuras. Voy cada vez que puedo. Sobre todo los sábados por la tarde… Una merienda y a ver una película con Marta, mi mejor amiga. Los sábados, si libra, quedo con ella. Charlamos, hablamos de lo que queremos, nos reímos un montón y vamos al cine: un plan perfecto. Y los viajes con la familia y los amigos son también únicos, mejores ¡Son geniales! Y me da igual el lugar porque estando juntos lo pasamos en grande. Me gustaría que fueran un poco más largos.

–En muchas películas, lloro.

–Tú sabrás. Yo no te lo digo. Pues yo lloro en ‘Sonrisas y lágrimas’, en ‘La misión’, en…

–Sí. Vale. En algunas lloro. La primera vez que fui al cine fue con cuatro años. Fue ‘El libro de la selva’. Los sábados, si puedo, voy.

–Y al ordenador también le echas su tiempo. Yo hago lo contrario: en
casa ni me acerco a un teclado.

–Me gusta jugar con el ordenador y con la Nintendo. Cuando lo hice por primera vez fue con el juego de Harry Poter. Me hice un lío en la cabeza. Pero si leo bien las instrucciones todo es más fácil. Tengo que hacerlo una y otra vez y luego me pico para mejorar la puntuación. Es divertido y me río mucho. Además suelo navegar por internet…

–Eres una sorpresa permanente. No comí del famoso sándwich pero
un día disfruté de unas magníficas pastas que habías hecho y fuiste repartiendo por el periódico. Además de bailonga, ‘cocinillas’.

–¡Mira éste! (vuelven las risas). Cocinar es otra de mis aficiones, sobre todo hacer pastas y cosas parecidas. Me gusta hacer bizcocho para desayunar; cojo mi receta y lo hago y me sale de muerte. Y las magdalenas, y la quesada… Por Navidades hago puding de anchoas, salpicón de marisco… También hago punto y disfruto con los pasatiempos, los sudokus, las sopas de letras… Yo nunca me aburro. Siempre encuentro algo que hacer.

«He nacido así»
–De cosas tristes no hablamos. Ni de si te enfadas con gente que no te entiende como nos pasa a todos.

–Lo triste queda para nosotros. Te cuento cosas y me desahogo… No
me acuerdo de la primera vez que me dijeron que tenía síndrome de
Down. Creo que fue con 8-9 años. Me parecía raro que mis compañeros no tuvieran clases de apoyo y que todo lo aprendieran rápido. No me hizo gracia, sobre todo saber que es algo que nunca se va a quitar, que lo tendré el resto de mi vida. Ahora sé que tengo un cromosoma de más en mis células, en total 47. Y me cuesta hacer las cosas y aprender pero, con ayuda, a veces lo consigo. Ahora ya no me importa tenerlo. He nacido así y ya me he acostumbrado, pero me gustaría no haberlo tenido y saber cómo te sientes teniendo 46…

De mis primeros años de infancia (hasta los 4 o 5) guardo muy pocos recuerdos. Solo algunos flashes de determinadas cosas, escenas con mis padres y, sobre todo, algún accidente doméstico. Vamos que mis neuronas memorizan y asocian historia y dolor.

De los primeros años de mi vida no me acuerdo pero me han contado
algunas cosas. Cuando nací –en el camino de Laredo a Santander, el
16 de agosto de 1980– tenía síndrome de Down y mis padres buscaron a otras personas que les dieran información de cómo ayudarme. Así conocieron y conocí a María Victoria (Troncoso, presidenta de la Fundación Síndrome de Down de Cantabria) y a la familia Flórez… Mis padres me llevaban una vez a la semana
al Inserso con María Victoria. Ella me enseñó muchas cosas y le explicaba a mi madre cómo podía ayudarme. Con 4 años empecé a ir a la Fundación Síndrome de Down y a trabajar con una profesora que se llamaba Clara.

–La Fundación es tu otra casa como en mi caso lo es EL DIARIO. Un lugar lleno de compañeros y amigos en el que has crecido y aprendido.

–Tengo muchos amigos y compañeros en la Fundación. Cualquiera te
podría contar cosas de interés. Formamos un grupo cada vez más numeroso, cada uno con sus características porque no todos somos iguales. Algunos ya están trabajando media jornada como yo y otros se están preparando. A unos les gusta más hablar y otros son más callados, como yo. Puede que no se nos entienda bien, pero si se nos escucha con atención tenemos cosas interesantes que decir… Cuando era niña, en la Fundación y en casa, con la ayuda de todos y poco a poco, aprendí a sentarme y luego a caminar, el nombre de los colores; hice muchos puzzles y encajes, empecé a contar y a prepararme para aprender a leer y a escribir. Y aprendí a decir mis primeras palabras.

–Y ahora si te tiro de la lengua y nos damos plática, no callas…
Salomé ríe. Mañana es sábado. Quedará con Marta, que libra. Irán
al cine. No tocará bailar aunque es posible que en su casa de Laredo, cascos puestos, suene la música, y su cuerpo se embelese casi solo y sus pies marquen un cierto ritmo. El lunes, como yo, estará en el trabajo. A las ocho y media y tras otra nueva madrugada de apretón. Y Salomé cumplirá con su papel, «periódicos para arriba y para abajo, buscando los que faltan». Y estará acompañada de Raquel Álvarez, su preparadora laboral de la Fundación Síndrome
de Down. «Chemi… ¡Que te cuente el fin de semana!». A la hora del sándwich, que no amagaré con comer, preguntaré. Salomé se reirá y me dirá lo que quiera; ni poco ni mucho. Reiremos. Al día siguiente, a los dos nos costará madrugar.

–Salomé… ¿Terminamos? Tenemos que leer lo que hemos escrito. Juntos y cada uno sus párrafos.

–Quedamos en que lo del sándwich no lo ponías.

–Ya… Alguna mentirijilla siempre se escapa.

Pasan los minutos…

–Ya lo he leído todo. Quiero escribir algo más… Quiero poner que Raquel es un cielo y que tú eres una persona muy importante para mí, porque eres del periódico el que mejor me entiende.

–Muchas gracias.

–Y hay más… Una sorpresa.

Salomé resopla. Toma aire. Y empieza a recitar… «Para ti, sólo para
ti…». Es un poema mío incluido en un poemario que le regalé. Se lo ha aprendido y lo recita con gusto y cariño.

–Me apetecía. Lo aprendí por bloques. Es una forma de agradecerte
el libro y de expresar mi amistad.

–Salomé, eres una ‘elementa’. Es un gran regalo. Salvo mi hija y un
amigo tenor, nadie más me ha recitado una poesía mía. Es una delicia.

Nos abrazamos.

–Hasta mañana. 8.30 horas. ‘Madrugón’.