Federica nos cuenta su vida en Octubre 2015

Testimonio de Vida

Federica Horta

Fue una noche cuando les dije a mis padres que quería preguntarles algo. Tiré en la cama con ellos, tenía muchas preguntas para hacerles, algo rodeaba por mi cabeza, había cosas y diferencias con mis dos hermanos menores, que yo no entendía.

Cosas que a mí me costaba hacer y a ellos no. Mis padres me explicaron qué me pasaba, dos palabras resumieron lo que tenía.

Ellos se enteraron cuando nací, vieron que era muy chiquita y blandita, había nacido un mes antes.

Recién a los 15 años tomé conciencia que era una chica con síndrome de Down. Yo no sabía qué era eso y me explicaron qué es un síndrome y que por lo tanto hacía las cosas más lentas y más despacio de lo normal. Y por eso me costaba estudiar, mi altura y otras cosas.

Algo que llamó  la atención a todos: que no tengo ningún rasgo de Down.

Pasé por momentos de felicidad y también difíciles, teniendo mis limitaciones.

A los 19 años se me dio la oportunidad de acompañar a un chico Down en su proceso de escolaridad. Me gustó estar con él y enseñarle lo que me habían ensañado a mí.

Durante ese tiempo que estuve con él, escuché que muchas personas no entendían que una chica como yo, que trabajaba teniendo ese síndrome, que no sería capaz de poder hacerlo.

Después me di cuenta que yo a esas personas les abrí su corazón de ternura y poder demostrar que, aunque haya personas con síndrome de Down y otras con otras dificultades, pueden manejarse igual que los demás.

Lo más triste que escuché es que hay personas que no nos consideran capaces de poder salir adelante.

Tengo una familia que me ha apoyado y acompañado en todo momento. Me daba vergüenza contar lo que tenía y por un tiempo me costó aceptarlo.

Desde chiquita que voy a misa con mis padres y mis abuelos, la fe siempre se vivió en casa de manera especial, aunque yo no era muy consciente.

Fue en mi adolescencia donde comenzaron a surgir en mí muchas cosas, junto con las dudas de qué era yo, también muchas dudas sobre la fe.

En ese tiempo, hablando con mis padres, decido entrar a formar parte de un grupo de jóvenes en la parroquia.

Con ellos hice el proceso de confirmación. Desde que estoy en la parroquia mi vida cambió y ahora la parro, como digo, es mi segunda casa. Ahí encontré a personas maravillosas e increíbles que me abrieron su corazón para que yo las conozca.

Estuve enferma unos cuantos meses y nunca pensé que ellos me extrañaban; con su forma de ser y actitudes me mostraron que yo era una más de ellos.

Cuando entré al grupo misionero fue una experiencia muy linda, siempre me sentí querida y apoyada por todos.

Yo, sabiendo lo que tenía, nunca decía nada, siempre me costaba y me daba vergüenza decirlo.

A medida que he ido creciendo, he asumido mi realidad. Aunque aún a veces me cuesta ver a otros con proyectos que yo sé que no puedo alcanzar. Pero, desde que conocí a Jesús, es Él quien llena mi vida y me realiza como persona.

Gracias a mis padres y abuelos que me transmitieron el valor de la Fe. Soy una persona feliz, trabajo en algo que me gusta mucho, en un colegio, soy auxiliar con niños de 3 y 4 años y trato de superarme día a día.

En estos días hay algo que me preocupa y me hace pensar mucho en mi vida, es el tema de que quieren aprobar la ley del aborto y me pregunto: qué hubiera sido de mí si mis padres hubieran decidido no tenerme, porque sabían que tenía síndrome de Down.

Sé que para ellos soy muy especial y me quieren como soy desde el día que nací y juntos, en familia, hemos aprendido a valorar a las personas por lo que son: todos somos importantes y nos necesitamos mucho unos a otros.