La presencia y participación de las personas con discapacidad intelectual en ambientes sociales y, más recientemente, en entornos laborales es ya un hecho al que nuestra vista y nuestra mente parecen estar ya acostumbrados, para suerte de toda sociedad en su conjunto.
Primero nos acostumbramos a ver a ciudadanos con síndrome de Down, u otras discapacidades intelectuales, en los cines y teatros, en los restaurantes y bares, en los medios de transporte, etc. Ha llovido mucho desde aquellos tiempos en los que el mundo asociacionista, generalmente liderado e impulsado por familias, reivindicaba la integración y normalización de sus familiares con discapacidad intelectual en estos espacios comunitarios.
Desde hace ya algún tiempo, aunque no tanto de momento, hemos empezado a acostumbrarnos igualmente a ver a personas con discapacidad intelectual en esos mismos espacios (bares, restaurantes, comercios, oficinas, etc.) pero ya no sólo en su rol de “consumidor” sino como trabajadores, realizando una actividad laboral como uno más en la plantilla.
Si en algún momento pudimos girar nuestra cabeza ante una pareja o grupo de personas con síndrome de Down tomando un refresco en una terraza —cosa que probablemente ya no llame nuestra atención en estos momentos—, ahora ya no nos extraña que en ese mismo local sea una persona con discapacidad intelectual quien diligentemente esté desempeñando su actividad profesional y nos sirva con gran amabilidad el refresco en cuestión. En números anteriores de esta revista nos hemos hecho eco en varias ocasiones de los avances que en el ámbito sociolaboral se han realizado en nuestra sociedad.
En este número que publicamos queremos mostrar cómo las personas con discapacidad intelectual han conquistado, por propio derecho, otros muchos espacios integradores: los museos, los teatros, las tertulias, los albergues del Camino de Santiago, etc. Es decir, el mundo del arte, de la cultura, de las tradiciones. Y todo ello a su manera, con su particular y genuina manera de ser, de estar en el mundo y de relacionarse con los demás. Con su naturalidad, creatividad y expresividad. Y cada cual desde sus posibilidades reales, desde su proceso de conocimiento de sí mismos.
Incluimos también en este número un artículo sobre el grado de conocimiento que las personas con discapacidad intelectual tienen sobre su salud y los hábitos saludables, aspecto fundamental y deseable en su proceso de autogestión y autonomía.
Ciertamente, hay sendas recién abiertas en las que las personas con discapacidad intelectual se están adentrando, unos tímidamente y otros de manera decidida y sin titubeos; seguro que hay otros muchos caminos aún sin descubrir y explorar. Tiempo al tiempo. Si echamos la vista atrás, podemos decir que ya venimos de lejos; pero todavía nos queda un buen trecho.