No hay vida sin comunidad; no hay vida sin participación; no hay vida sin comunicación e intercambio. Todo ella se destila en un concepto: la inmersión en la cultura. La breve historia de la acción positiva e individual sobre la persona con síndrome de Down desarrollada en estos últimos 40 años, que tanto beneficio ha conseguido, no es más que el intento paciente, inteligente, por hacer brotar en esas personas los tallos de sus cualidades que les van a permitir incorporarse en el ambiente cultural que les rodea.